Escucha, el alarido de la sangre
Que vino a volcarme en la corriente
Fiera del río, en el cuarto creciente
Del oro convertido en limosna
Del pobre corredor mirando al teniente
Que hoy en su cabeza aloja
Una bala de diseño estridente,
¿Quién los pensamientos embargará?
Y no será más que solo un número
Entre millones de cuerpos inertes
Desprendidos del alma que alberga
El cúmulo de odio presente
En los principios de una vida pendiente.
De este sueño irreconciliable
Quiero despertarme, escuchar
Tu voz suave y serena
En las noches heladas
De invierno, escuchando
Las ramas golpear desesperadamente
Las ventanas
De la habitación,
Los cristales empañados
Por tu rápida respiración.